Leía esta mañana el discurso íntegro del consejero delegado del grupo Prisa, Juan Luis Cebrián, que dio ayer durante la entrega de los Premios Ortega y Gasset, os copio extractos que veo muy interesantes, no dejéis de ver leer el discurso entero.

Juan Luis Cebrián, durante la entrega de premios. LUIS SEVILLANO ©

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Desde el nacimiento de la Red en 1989 la sociedad de la información ha recorrido un largo y rápido camino, desarrollándose a pasos agigantados prácticamente en todo el mundo. Con la expansión del correo electrónico, primero tuvimos la web.1.0 orientada a la comunicación y al comercio. Sufrió la primera crisis a principios de este siglo, cuando el estallido de la burbuja que provocó la quiebra de las puntocom. Surgió después la web 2.0 constituida por las redes sociales y basada en la comunicación entre personas y comunidades. Y al tiempo se desarrollaron los portales P2P, que permiten el disfrute en línea de todo tipo de contenidos, empaquetados por nuevos intermediarios que no se sometían, ni se someten, a control ni jerarquía conocidos, intercambiando archivos gratuitos realizados por otras personas que han invertido su tiempo y su dinero. Se implantó así el principio de gratuidad en el funcionamiento de la Red y se destruyeron los modelos de negocio tradicionales. La industria musical primero, la de la información ahora, vieron derrumbarse verdades que parecían inmutables y nos hallamos ahora todos, Gobiernos y ciudadanos, inmersos en un debate casi apocalíptico sobre el futuro de los medios. Hay quien se pregunta si cuando la gratuidad de los contenidos se generalice a escala mundial, se acabará la información contrastada y fiable, el conocimiento no adulterado y las películas y música de calidad.

Hoy existen 1.200 millones de personas conectadas a redes sociales, casi 200 millones de páginas web y cerca de 2.000 millones de usuarios de Internet en el mundo, la mitad de los cuales tienen entre 15 y 34 años. La Red se ha instalado en nuestras vidas y es difícil imaginar que en la actualidad pudiéramos prescindir de ella para buscar y obtener información, acceder al conocimiento, investigar en no importa qué especialidad, controlar la salud pública, implementar procesos educativos, comprar productos o realizar transacciones. Estamos ante un cambio social y cultural de grandes dimensiones que comporta nuevos valores y actitudes, y exige también nuevas pautas de comportamiento. Aunque algunos parece que se hayan visto pillados por sorpresa en este proceso, hace más de diez años que podíamos prever muchas de las cosas que han venido sucediendo. Numerosos testimonios en infinidad de libros y publicaciones de todo el mundo dan prueba de ello. Pero obsesionados por el día a día y los resultados a corto plazo, los dirigentes políticos, los líderes sociales, los intelectuales y los empresarios hicimos caso omiso de las señales de alerta. El pinchazo de la burbuja digital sirvió de motivo, o de pretexto, para paralizar muchas investigaciones y para que el mundo del poder establecido mirara con desconfianza una civilización nueva que se abría paso en los dormitorios universitarios de Estados Unidos y en los garajes donde los adolescentes acostumbraban a ensayar con sus grupos de rock. En la discusión sobre si las nuevas tecnologías eran y son una amenaza o una oportunidad para los medios de comunicación tradicionales todos optamos por declarar esto último al tiempo que nos aprestábamos a adoptar una actitud defensiva. Y en el fragor de la batalla olvidamos velar por la supervivencia de valores intrínsecos a las sociedades democráticas que corren peligro de perecer si no se corrigen algunas realidades de la globalización.

Algunos pueden pensar que este acto de entrega de los Ortega y Gasset, que ya goza de tradición en el periodismo madrileño, es el marco menos apropiado para declarar algo sobre lo que tengo una firme convicción: el mundo de los diarios tal y como lo hemos vivido toca a su fin. No constituirán más esa especie de imperios industriales verticalmente integrados en torno a los cuales se socializaban todas las relaciones de poder. Naturalmente deseo que los periódicos sigan existiendo, pues ya va para cincuenta años el tiempo en que los llevo fabricando, pero tienen que cambiar su naturaleza, su modelo productivo, su mirada sobre los acontecimientos y sobre sí mismos, si quieren pervivir. Nuestra obligación es controlar y dirigir ese proceso, orientar los cambios, y será imposible hacerlo si nos resistimos a ellos.

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Decía antes que muchos parecen haber sido cogidos por sorpresa cuando sus negocios, sus profesiones y en cierta medida, su propia existencia, se ve arrumbada por la ola digital. El profesor Meller, en su libro Vanishing Newspaper formula una profecía: en el año 2043 dejarán de existir los periódicos escritos. En realidad lo que dice Meller no es que desaparecerán los diarios sino los lectores, no habrá nadie que los lea y que los compre y, por tanto, las empresas no los publicarán. Bill Gates, Rupert Murdoch, y muchos otros autoproclamados gurús de la actual situación, han declarado hasta la saciedad que “en el próximo decenio todos los diarios dejarán de existir”. Verdad o no, los datos no son muy halagüeños: Desde enero de 2008 se han suprimido 21.000 empleos de periodistas en los periódicos estadounidenses y más de tres mil en España. En los últimos tres años más de mil periódicos se cerraron en aquel país, y solo un porcentaje relativamente escaso de ellos sobrevivió gracias a su migración a la Red.

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En cualquier caso hace tiempo que el periódico no es el principal sistema de transmisión de las noticias. Desde años atrás, tantos como treinta o cuarenta, más del setenta por cierto de la población se entera primero de ellas a través de la televisión y ahora, en los países desarrollados, casi la mitad de los ciudadanos lo hace por Internet. Si tienen menos de treinta años, ese porcentaje sube hasta el 60 o el 65 por ciento.

El papel de los diarios en la formación de la opinión pública mediante análisis, comentarios y debates, que es primordialmente a lo que se dedican, junto al periodismo de investigación, tiene ahora que competir con la eclosión de confidenciales, intercambios en las redes sociales, tweeters, youtubes, y demás familia. Gentes que viven bajo regímenes represivos escapan a la censura informando sobre los hechos gracias a los vídeos captados y transmitidos con sus teléfonos móviles. El control jerárquico y vertical del poder está llegando a su fin. Sin embargo el tamaño de los mensajes que algunas de estas herramientas permiten difícilmente puede generar reflexiones y espacios alternativos autónomos, aunque sean capaces de producir nuevas formas de movilización y liderazgo, de planear campañas electorales y, en definitiva, de hacer política. Internet es un entorno muy democrático en todos los sentidos, muy igualitario y muy participativo: cualquiera puede decir u oír lo que le parezca cuando le parezca. Aunque para muchos lo de menos es que sea verdad o mentira.

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Quizás no sea este un post 100% fotográfico, pero si queréis leer uno muy interesante de fotoperiodismo y las nuevas tecnologías, no os perdáis el post de Paco Elvira de hoy.

Vía El País (edición impresa)