Inge Morath fue una mujer compleja que, tras su aparente transparencia y calma, escondía una personalidad herida y contradictoria. De una cultura e inteligencia extremas, la que fue mujer del dramaturgo Arthur Miller y una de las mejores fotógrafas de la segunda mitad de siglo XX, siempre dijo que lo suyo era el blanco y negro. Sin embargo, desde muy joven fotografió incansablemente miles de películas en color. Todo aquel trabajo (que sólo entre 1950 y 1960 comprende un archivo de 10.000 imágenes realizadas con Kodachrome) ha permanecido inédito hasta ahora, casi escondido. Un libro y una exposición en la galería de la agencia Magnum de París muestran, bajo el título First color, el viaje que más allá del blanco y negro realizó esta menuda e incansable mujer, dueña de una de las miradas más elegantes de la historia de la fotografía.
«En 2007 recibimos el archivo de manos de su familia», señala desde Nueva York John Jacob, que dirige la Fundación Inge Morath, encargada del estudio de su obra y comisario de la exposición de París. «Nuestra sorpresa fue comprobar la enorme cantidad de trabajo en color que Inge había realizado desde muy joven sin que se tuviera noticia y que además siguió realizando durante toda su vida».
El color, considerado durante años el hermano pobre de la fotografía artística, fue rechazado por Cartier-Bresson y, en general, por todo el documentalismo de los pioneros de Magnum. Era vulgar. Morath, que había llegado a la agencia de la mano de Robert Capa, sólo publicó su obra en blanco y negro pero a la vez experimentó con el color en la mayoría de los viajes que hizo como fotoperiodista. «Aquellas imágenes iban al stock de Magnum, sin firmar y sin clasificar», afirma Jacob. «Inge fue una fotógrafa mucho más experimental de lo que se cree y su uso del color es prueba de ello».
Entre 1950 y 1960, Inge Morath viajó por decenas de países cuyas costumbres y rostros documentó con la delicadeza propia de una mujer prematuramente endurecida por la vida. Nacida en Graz (Austria) en 1923, en una familia de la burguesía intelectual atravesada por la Segunda Guerra Mundial, Morath llegó a Berlín durante la guerra para trabajar como periodista y traductora para las tropas americanas. Recorrió a pie los más de 500 kilómetros que separan Viena de la capital alemana forjando desde muy joven la milagrosa fortaleza de su pequeño cuerpo. Hablaba nueve idiomas y ya entonces quería ser fotógrafa. «Su vida fue apasionante y dolorosa», recuerda Lola Garrido, una de las grandes conocedoras de Inge Morath, con la que publicó cuatro libros en España (uno de los países que más le apasionaban) y con la que entabló una amistad que duró hasta su muerte, en 2002. «Lo más importante de su fotografía es su absoluta falta de pretensiones y su visión tranquila de la realidad. Una vez me dijo algo que explica bien su carácter: ‘Yo no quiero hacer tragedia’, me dijo, ‘la conozco demasiado bien’. Inge fue la elegancia en la mirada. Minimalista en el sentido documental. Jamás buscó la emoción fácil».
Garrido añade que conocía algunos trabajos en color de Morath pero que nunca sospechó que fotografiara tanto en color. «He viajado mucho con ella y nunca la vi hacer fotos en ese soporte. Ha sido una sorpresa y en algunos casos, como las imágenes de París y de Inglaterra, una grata sorpresa. Aunque las fotografías de España sin duda son mejores en blanco y negro, como correspondía entonces a este país».
Rumanía, Irán, México, Surá-frica, Inglaterra, España, Francia… el viaje en color de Morath documenta de otra forma un tiempo perdido. Unos niños en París, la mirada de una mujer desde un escaparate de Londres, un café de Viena… Los rojos y azules de las viejas películas de Kodachrome rezuman la ironía de esta mujer que siguió en secreto su otra película. Una prueba más de su callada terquedad.
Vía El País
En edición impresa de El País podéis encontrar algunas fotos más en color de Inge Morath.
+ Fotos en el libro First color.